HABLAR ES PLATA, CALLAR ES ORO

CONGREGACIÓN

SÉPTIMO MILENIO

Santiago 3:5-6
5 Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, !cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
6 Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.

Era un experto en repetir las habladurías que llegaban a sus oídos. “Lo malo no es, dijo el maestro, que las repitas, sino que cada vez lo hagas con mayor maestría”.
La lengua es un miembro pequeño, pero puede mucho. Es cierto, con la lengua damos vida o matamos, ponemos alas en el otro o lo hundimos. La palabra es creativa o destructiva, según se la use.
Una palabra agradable, dicha en el momento oportuno, ilumina toda la existencia y ayuda a caminar. La palabra sabia orienta; la palabra cariñosa levanta y da ánimo; la palabra amorosa es fuente de energía y de bendición. Basta una sola palabra de vida para que la sanidad ocurra al instante en quien la escucha.
Basta, sin embargo, una palabra hiriente para que el veneno del odio y el resentimiento aniden en el corazón. Basta una sola palabra para crear discordia, para destruir una vida, para matar el amor.
Hablar es muy fácil; saber callar ya es algo más serio, requiere prudencia y dominio. Saber hablar a tiempo, en el momento oportuno, es salvación para quien necesita esa palabra de vida; saber callar cuando la otra persona no está preparada para recibir un consejo o un reproche, es sabiduría que no tiene precio.
De la vida de Cristo me llama la atención, precisamente, el uso que hace de la palabra. Fue sincero, leal, acostumbrado a llamar a las cosas por su nombre. Llamó al pan, pan y al vino, vino. Con sencillez enseñó a los discípulos a decir sí o no, según lo exigía la pregunta.
La palabra del Maestro fue amable, penetrante y convincente. Con ella, sanaba, levantaba, animaba y bendecía. Pero también con su palabra denunciaba la ceguera, la hipocresía, el mal. Él supo hablar para hacer el bien y supo callar ante las infamias y atropellos que le hicieron. Con su palabra encendía corazones y con su silencio desconcertaba al enemigo.
¿Cómo usamos la palabra?
Hay muchas personas que usan la lengua para hablar orgullosamente de sí mismos y mal de los otros. Hay quienes, como víboras, cada vez que abren su boca, arrojan veneno y muerden a los demás. Pero también lo hay que usan la palabra para consolar, para restituir la fama de los otros, para aclarar chismes, para hablar bien del prójimo y mejor aún de Dios.
Si esto sucede con el hablar, lo mismo acontece con el callar. Hay personas que callan por cobardía, por quedar bien, por no comprometerse. Hay personas que tienen la obligación de hablar, de denunciar la injusticia y la opresión, y callan e imponen, a su vez, un silencio sepulcral a los demás. Hay personas que se pasan toda la vida callados, simplemente por miedo, por cobardía, porque es más fácil, porque no tienen nada que decir. Sin embargo, los hay valientes que callan ante los defectos del hermano o cuando hablan bien de sí mismos o cuando son calumniados e injuriados.
Es importante aprender a hablar y a callar. Es una asignatura pendiente que tenemos todos los humanos.

Proverbios 16:23-24
23 El corazón del sabio hace prudente su boca, Y añade gracia a sus labios.

24 Panal de miel son los dichos suaves;Suavidad al alma y medicina para los huesos.

Proverbios 17:27-28
27 El que ahorra sus palabras tiene sabiduría; De espíritu prudente es el hombre entendido.
28 Aun el necio, cuando calla, es contado por sabio; El que cierra sus labios es entendido.

Pr. José Gilabert

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