LA POBREZA

CONGREGACIÓN

SÉPTIMO MILENIO

Un amigo me dijo: Que triste es ser pobre!

Me dejó doblemente sorprendido, porque no me lo esperaba de él y porque el tono de su voz era francamente desolador.

Entonces le pregunté: Y por qué dices eso…?

Y con el mismo tono me respondió: Porque hace días que vengo pensando en esto y estoy cansado de luchar siempre por lo mismo.

Como se obra en una situación como esta?

Como siempre pedí auxilio al Espíritu para darle a mi amigo una respuesta que le fuera de ayuda y no de controversia.

Entonces le pregunté varias cosas:

Alguna vez te ha faltado cobijo? No

Alguna vez te ha faltado el pan para tu familia? No

Alguna vez has estado desprotegido por Dios? No

Entonces tu problema no es por la pobreza, es por otras cosas. Y no eres el único que se encuentra en esa situación, yo mismo por ejemplo.

Creo que la pobreza es una cuestión que tiene que ver más con nuestro hombre viejo que con la vida de hombre nuevo que debemos de tener.

Lo que entendemos por pobreza, es en realidad una comparación indigna de alguien que se llama hijo de Dios. Es una comparación más propia del mundo y de su influencia en nuestras actitudes.

Si no nos ha faltado nunca lo que podríamos llamar lo básico, por qué nos consideramos pobres?

Simplemente porque creemos que lo básico es insuficiente y que nos merecemos más que eso, anhelamos más que eso.

Creo que este es el verdadero fondo de la cuestión. Si no me falta de nada, por qué no acepto lo que tengo?

Tal vez porque escucho la voz del mundo que me dice todos los días que preciso más, que debo tener más, que mis necesidades son mayores que las reales.

Y en ese inconformismo nos convertimos en máquinas voraces de desear cosas y sobre todo de tener más dinero, que es el verdadero amo de la vida de muchas personas.

Yo no soy un hombre rico pero no me considero un hombre pobre. Si miro mi vida como seguidor de Jesús, lo único que puedo decir es que tengo la Provisión de lo  que necesito y que todo lo que mi corazón ansía es lo que mundo me sugiere y por tanto lo desecho.

Deseo que mi amigo haya comprendido estos pensamientos. Que no son míos, sino enseñanzas de Jesús!

Diego Acosta

www.septimomilenio.com