LA CORRECCIÓN QUE RESTAURA
Porque el siervo del Señor no debe ser amigo de contiendas, sino amable para con todos, apto para enseñar, sufrido. Debe corregir con mansedumbre a los que se oponen, por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad. 2 Timoteo 2.24–25
Desviarse hacia la derecha o la izquierda es una tendencia natural en el ser humano y como siervos de Dios debemos estar comprometidos en aconsejar que se corrija la dirección equivocada. La manera en que hacemos esta tarea, sin embargo, es un tema que debemos considerar con mucho cuidado.
Pablo recuerda a Timoteo, en primer lugar, que el siervo de Dios no debe ser la clase de persona que se enreda en discusiones inútiles y acaloradas. Esta es una exhortación que el apóstol repite varias veces en sus dos cartas al joven Timoteo. Tendemos a creer que la verdad penetra el corazón de aquellos con los cuales estamos hablando, por la elocuencia y la convicción de nuestros argumentos. Nuestras enérgicas discusiones, sin embargo, frecuentemente delatan una falta de paciencia y amabilidad para con aquellos que ven las cosas de manera diferente que nosotros.
En segundo lugar, Pablo enseña a su hijo espiritual que ha sido llamado a ser sufrido. Esto tiene que ver con la capacidad de saber cuándo es tiempo de callar. Nuestra responsabilidad es advertir y exhortar al cambio, pero no podemos insistir en que la otra persona reciba nuestro consejo. A veces, como pasó con Pedro cuando se le advirtió que iba a traicionar a Cristo, debemos callarnos y dejar que la otra persona prosiga con su necedad. Jesús repitió dos veces su advertencia; luego, calló. Sabía que sus palabras seguirían trabajando en el corazón de Pedro para producir, a su tiempo, el fruto necesario. El sufrimiento viene cuando sabemos que el otro va a lastimarse y no podemos hacer nada para evitarlo.
En tercer lugar, Pablo advierte que toda corrección debe ser llevada a cabo con afecto, cariño, con amor. Muchas veces, nuestras correcciones toman la forma de denuncias acaloradas, llenas de ira y condena. Pero el siervo de Dios debe moverse con un espíritu de cariño porque entiende claramente que no es él quien va a producir el arrepentimiento en la otra persona. Posee una profunda convicción de que está en las manos de Dios producir ese cambio en el corazón de la otra persona. La corrección que hace, por lo tanto, es un aporte que debe complementar el trabajo que el Señor está realizando en la vida del otro. De esta manera, el siervo entrega la palabra y descansa, confiado en la obra soberana del Espíritu, cuya función, entre otras, es «convencer al mundo de pecado» (Jn 16.8).
Cuando veamos a alguien errando al blanco, tomando dirección y decisiones que entendemos incorrectas, acerquémonos para dar la Palabra en su medida justa. Que el resto de nuestra energía sea canalizada en orar por esa persona para que Dios se encargue de convencerle y guiarle a la dirección correcta. ¡Seguramente nuestra corrección será mucho más efectiva!
Pr. José Gilabert