Alabanzas es el nombre original con que los rabinos llamaban al que hoy conocemos como el Libro de los Salmos. Lo trascendente no es la denominación, sino lo que verdaderamente representa.
El Rey David fue uno de los salmistas, uno de los hombres que más buscó a Dios, a pesar de que lo juzguemos por algunos de sus hechos.
Es notable como el padre de Salomón oró clamando por Justicia contra quienes lo acosaban, pero manifestando siempre en un sentido más amplio el significado de esos ataques.
Para David cuando los judíos eran atacados, también era ofendido el Eterno, porque ellos eran Su Pueblo y en consecuencia el desafío era mayúsculo.
Si valoramos esta cuestión tan importante, podremos centrarnos en el sentido profundo de nuestras oraciones y de nuestro clamor.
Está bien que lo hagamos por nuestras necesidades personales como David también lo hizo, pero más importante resulta que exaltemos a Dios por su Misericordia.
Por esta razón David alzaba sus brazos hacia el cielo, como una muestra de humildad ante el Poder y el Amor del Todopoderoso.
Significativamente los brazos alzados son una posición física que revelan la confianza en las acciones de quién nos ha dado la vida.
La relación con Dios adquiere otra dimensión cuando la formulamos a través de nuestras alabanzas, porque estamos reconociendo su Majestad y su Soberanía, por sobre todo y por sobre todos.
Aprendamos de David y busquemos al Señor con todo nuestro corazón, levantando himnos para que lleguen hasta su Trono de Grandeza, como la mejor expresión de humillación y honra.
Salmo 63:3-4
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira