Así como ver crecer semillas o pequeñas plantas es una enorme alegría, es una enorme tristeza cuando vemos a un árbol arrancado por la fuerza del viento.
Lo primero que pensamos es en la fuerza de las ráfagas que fueron capaces de mover semejante maza de la naturaleza.
Pero, haciendo memoria llegamos a la conclusión que efectivamente hubo un viento muy fuerte y que no todos los árboles cedieron ante su potencia.
Por qué algunos árboles caen y otros no?
No deja de ser algo chocante intentar encontrar una respuesta concreta, porque desde niños asociamos a de los árboles con la idea de la fortaleza.
Mayor es la semejanza si la comparamos con la pequeñez de los hombres y más concretamente con nuestra propia imagen.
Si profundizamos en el tema podríamos llegar a la conclusión que la caída de los grandes árboles se debe esencialmente a que tiene gran desarrollo visible y pocas raíces.
Troncos más o menos gruesos, alturas importantes y frondosas copas, que en los tiempos de suaves brisas se mueven orgullosamente y en la calma tienen una forma arrogante.
Esto nos debería recordar a nuestra propia vida de cristianos, que somos visiblemente arrogantes, pero nuestras raíces son más que endebles.
Son pequeñas para la imagen que proyectamos y por eso quedamos expuestos a que un viento de adversidad, más o menos fuerte nos pueda derribar.
Pensemos en esto como si tuviéramos un cuadro delante de nosotros, donde se nos muestra que hay árboles más fuertes y que no se caen.
Qué clase de árbol somos?
Lucas 8:13
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira