En cierta oportunidad un pequeño grupo de trabajadores discutía a propósito de cómo debían de realizar las tareas que les habían encomendado.
Hubo quién afirmó que lo tenían que hacer esforzadamente, otros que se lo debían de tomar con calma y también hubo opiniones favorables a hacerlo sin el menor entusiasmo.
Uno de ellos llamó la atención por su silencio. Entonces le preguntaron cuál era su posición con relación al tema? Al fin de cuentas, todos eran compañeros.
El interpelado respondió con mansedumbre que él siempre trabajaba con el máximo rigor, tratando de hacer su trabajo de la mejor manera que le era posible.
Hubo quién le recriminó diciendo que en realidad lo único que estaba haciendo era favorecer a los dueños de la empresa, que cada día eran más ricos gracias a su trabajo.
A partir de ahí la conversación derivó en discusión y todos opinaron animadamente. Entonces alguien preguntó: Si trabajas con entusiasmo, cuál es tu beneficio, si nadie se entera como lo haces?
El mismo que antes había dicho que lo hacía con rigor, dijo: Yo trabajo no para que nadie me vea, sino para cumplir con mi obligación. Así es como me enseñaron y así es como aprendí.
Pero que te enseñaron?
Que en el trabajo debemos ser fieles a quién confía en nosotros, porque siendo fieles en lo poco seremos compensados en lo mucho.
Pero quién te compensará? La empresa?
Mi recompensa no me la darán los hombres sino Dios.
Dios te dará una recompensa, por qué?
Porque siendo fiel en el trabajo terrenal donde nadie me mira, seré honrado por Dios porque es para ÉL para quién trabajo.
Eclesiastés 2:24
Diego Acosta / Neide Ferreira