Los hombres tenemos una manifiesta tendencia a vivir, como si nuestro tiempo no tuviera un final, como si ignoráramos que esta es la Verdad.
Tal vez por eso nos comportamos con una soberbia mayúscula cuando hablamos del tiempo, como si realmente fuéramos sus soberanos.
Moisés en un maravilloso y profundo Cántico clama a Jehová para recibir su enseñanza con relación a los días que tenemos por vivir.
Por eso menciona la brevedad de la hierba, que crece por la mañana y que por la tarde es cortada y se seca, por muy radiante que se la hubiera visto con los primeros rayos del sol.
Aún cuando vivamos setenta años o los más robustos ochenta, pronto pasarán y solo quedarán los recuerdos tristes de la memoria.
Moisés clama a Jehová por discernimiento para entender que la brevedad de la vida debe ser llenada por su Grandeza.
Clama para que los hombres entendamos que mil años delante de los ojos del Eterno, son como el día de ayer que pasó y como una de las vigilias de la noche.
Debemos aprender que la manifiesta brevedad de la vida solo es buena, cuando la consagramos al Soberano sobre todas las cosas.
No cuando la consagramos a las pequeñeces y miserias humanas, que finalmente quedarán en el olvido, como posiblemente quede nuestra última morada en la tierra.
Contando bien nuestros días, entonces tendremos la Sabiduría suficiente como para darle sentido a nuestro tiempo y no limitarlo con la fugaz vana-gloria que pretendemos.
Salmo 90:12
Diego Acosta / Neide Ferreira