LA REBELDÍA Y LA CAÍDA DEL HOMBRE – VIII
Génesis 3:8
Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto, al aire del día; y el hombre y su mujer se escondieron de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.
La versión portuguesa afirma que cuando soplaba la brisa vespertina, escucharon que Jehová paseaba por el jardín y entonces se escondieron.
La conciencia les advertía que habían cometido pecado contra lo dispuesto por el Creador y por esa razón y por primera vez buscaban alejarse de su presencia.
Génesis 3:9
Mas Jehová Dios llamó al hombre, y le dijo: ¿Dónde estás tú?
Esta forma de expresarse nos revela como Jehová se manifestó a pesar de saber lo que había ocurrido. Utilizó el mismo tono condescendiente que había empleado siempre.
La pregunta fue dirigida directamente al hombre, para que se explicara por su actitud de esconderse de su presencia. La conducta furtiva nunca es posible delante del Creador, como se nos recuerda en el Salmo 139:1-12.
Génesis 3:10
Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.
Adán respondió con el lenguaje de la tristeza y también del temor, pero sin ningún síntoma de confesión.
Génesis 3:11
Dios le dijo: ¿Quién te enseñó que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol de que yo te mandé no comieses?
Debemos reflexionar sobre la actitud del Eterno, que a pesar de saber que el hombre había pecado, esperaba una palabra de arrepentimiento.
Adán por primera vez también, nos muestra como nos comportamos sus descendientes, como nos resistimos a admitir nuestra iniquidad.
La confesión genera perdón, el ocultamiento juicio.
La pregunta del Eterno si había comido del árbol que le había mandado que no comiese, lo dejaba en completa evidencia.
Génesis 3:12
Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.
El que tenemos por padre, hizo lo que repetimos una y otra vez: No asumimos nuestra responsabilidad y tratamos de que sea otro el culpable, quién cargue con la iniquidad.
En este caso Adán nos proporciona un ejemplo tremendo de esta actitud: En primer lugar culpa al propio Dios de lo ocurrido, pues se defiende que había sido la mujer que Él le había dado, la que lo había inducido a comer.
Descarga también sobre su compañera parte de la culpa por el pecado. Siempre buscamos que la condena nos afecte lo menos posible.
Adán era plenamente consciente de lo que había hecho, porque fue a él directamente a quién Dios le advirtió que no comiera fruto alguno del árbol prohibido. En este caso no había habido ningún intermediario, por lo que la responsabilidad era plenamente suya.
De allí que su argumento relacionado con que Dios le había dado la compañera, no dejó de ser un modo miserable de tratar de eludir la evidencia que lo acusaba.
El drama inicial de la caída continúa en el Edén.
Diego Acosta