Jehová siguió tomando decisiones sobre Adán y Eva. La tierra estaba maldita a causa de su pecado y les anunciaba que comerían de ella con dolor.
Génesis 3: 18
Espinos y cardos te producirá, y comerás plantas del campo.
No todos los alimentos serían tiernos y para satisfacer su hambre deberían de comer de plantas con espinas. La tierra pasó de ser bienhechora a tener la condición de amenaza para la vida de los hombres.
Génesis 3:19
Con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres, y al polvo volverás.
Tal y como les había anunciado, al comer el fruto del árbol de la vida, morirían. Jehová cumplió con su palabra, solo que por Misericordia no se las quitó en ese momento. Por eso les dijo que vivirían hasta el tiempo de su muerte física. Sufriendo las penalidades propias de la existencia e incluso quedando expuestos a los castigos eternos del infierno.
Jehová les advirtió que del mismo polvo con que habían sido creados, a ese mismo polvo volverían cuando fueran enterrados después de muertos.
Iniciaban ahora el largo camino como pecadores condenados, teniendo dolores, aflicciones, humillaciones, cansancio e incluso el servilismo.
Los fundamentos iniciales de amor y comprensión entre los primeros seres de la humanidad, serían transformados por otras motivaciones basadas en los mutuos recelos y los deseos contrapuestos.
La mujer ya no sería satisfecha de todos sus anhelos por el hombre, sino que debería de luchar con su propia tendencia natural de controlarlo y subyugarlo.
La discordia pasó a ocupar un lugar preponderante entre el hombre y la mujer, muy distinto de todo lo que Dios había planeado para ellos cuando vivían en armonía en el Edén.
Las disputas abrirían el camino del sufrimiento y también de la frustración.
Se inició el duro tiempo en el que los conflictos internos serían habituales entre los hombres y las mujeres, a causa del desorden que provoca el pecado.
Jesús vendría a ser la esencia de la Salvación para la especie, al renovar su manera de vivir en plena armonía con lo que Dios había establecido en los tiempos maravillosos del Edén.
Diego Acosta