Cuando era joven vivía y trabajaba como la mayoría de los jóvenes de mi tiempo, con muchas ilusiones y también pensando en cambiar todo, hasta el propio país.
Era bastante fácil caer en la simpleza de tener modelos a hombres, que eran triunfadores, exitosos. Tal y como ocurre en nuestros días.
Entre tantas cosas que se podían tener como modelo, había una que me había llamado poderosamente la atención.
Se decía de un pretendido personaje, esa clase de persona que no tiene un trabajo conocido y que sin embargo vive con la máxima notoriedad.
Se decía de él, que era un hombre de mundo, que era mundano!
Utilizado de esta manera el calificativo lucía atractivo y muy digno de imitar, máxime para un joven con la mente pletórica de entusiasmo y por qué no de fantasía.
Mundano…mundano…
Que quería decir mundano?
Que era un hombre que participaba en las reuniones de la sociedad, que se vestía como la sociedad determinaba y que vivía para ser parte de ese grupo de gente que se nos presenta como auténticos modelos.
En otras palabras: Era alguien tan diferente de cómo yo era, que resultaba altamente atractivo, porque supuestamente participaba de cosas que estaban ajenas a mí día a día.
Mucho tiempo después, luego de haber aceptado al Señor, comprendí la magnitud de aquel error juvenil y comprendí también algo muy importante.
Que lo mundano es exactamente lo opuesto a lo espiritual y siendo como somos hijos de Dios, nuestro lugar natural para vivir es…lo sobrenatural!
Lo mundano debe ser un objetivo…pero para cambiarlo y transformarlo!
Mateo 16:26
Diego Acosta / Neide Ferreira