Más de una vez nos ha pasado que un día cualquiera y sin motivos aparentes, nos encontramos enfermos y entonces clamamos a Dios por sanidad.
Cuando ese tiempo pasa, retomamos nuestra vida con toda naturalidad y nos afanamos por nuestros problemas, nuestro trabajo y con nuestras necesidades.
El olvido de la enfermedad es muy rápido, casi tan rápido como el olvido en el que dejamos al Eterno cuando le clamamos por nuestra salud y por recuperarla pronto.
Podríamos afirmar que somos muy rápidos para el olvido y muy poco dados para reconocer que la salud de la que disfrutamos se la debemos como todo, a nuestro Dios. El recordatorio de la enfermedad… dura muy poco.
Y por qué ese olvido? Sin duda esta es la gran cuestión, la facilidad que tenemos para dejar atrás las cosas desagradables y con ellas a quién una vez más nos ha solucionado el problema que atravesamos.
Cuando nos levantamos al iniciar el día deberíamos de pensar que ese simple hecho es todo un acontecimiento que ha sido permitido por el Señor, para que lo honremos un día más.
La fragilidad de nuestra memoria espiritual es nuestra responsabilidad, porque sin memoria corremos el riesgo de perder nuestra identidad de creyentes y lo más importante: Olvidarnos de Dios.
Salmos 77:11
Diego Acosta García