Puede que resulten muy atractivas las personas que supuestamente tienen notoriedad por su importancia o por las sus actitudes que tienen o por las relaciones que mantienen.
Tanta extravagancia sugiere fachadas relucientes, pero interiores que no deberían ser mostrados para que la pompa no sufra los estragos que la realidad suele ocasionar.
Incluso podemos llegar a pensar que hay personas que parecen estar al margen de las normas que rigen para todos los miembros de la sociedad, creando un halo de impunidad ofensivo.
Por eso resultan tan atractivas determinadas personas, porque se les supone la capacidad de vivir de una manera que para uno mismo sería motivo de sanciones legales o de escarnio público.
Si contrastamos estos casos con la medida espiritual con la que se nos mide, fácilmente comprobaremos que el atractivo queda reducido a una mezcla de pena y misericordia.
Pena por ver tantas vidas vacías, esclavas de su propia ansia o necesidad de notoriedad y misericordia, porque es la que debemos de tener por quienes viven sujetos a sus concuspicencias.
Jesús vino al mundo a salvar a los perdidos, no a los supuestamente justos o a quienes pareciera que no tienen necesidad ni de su perdón ni de su Salvación.
Mateo 10:33
Diego Acosta García