ESCUDRIÑAR
Los cátaros tienen el impreciso origen en los llamados bogomilos de Bulgaria, cuyas creencias llegaron hasta la región de Occitania en el sur de Francia alrededor del año 1100 d.C.
Sus seguidores no aceptaban las enseñanzas de la iglesia Católica, que los consideró herejes. Se llamaban hombres y mujeres puros y el epicentro de su actividad fue la ciudad de Albí.
Sus hábitos eran sencillos careciendo deliberadamente de posesiones o de riquezas, consideraban la igualdad entre los hombres y las mujeres, alentaban el celibato pero no el matrimonio.
Creían que Satanás había engañado a los ángeles y por esta razón cuestionaban la mayoría de los libros de la Biblia y negaban que Jesús siendo Dios hubiera nacido de mujer.
El radical enfrentamiento con las autoridades católicas los recluyó en varias ciudades del sur de Francia, estando confirmadas sus actividades a partir de 1140.
Sus comunidades comprendían grupos de entre alrededor de 60 a 600 personas y curiosamente fueron los trovadores itinerantes los que difundieron su existencia.
La reacción de la Iglesia católica la impulsó el papa Inocencio III que envió representantes para que intentaran disuadir a los seguidores del catarismo.
El papa ofreció a los nobles del norte de Francia que organizaran una cruzada, cediéndoles a cambio la posibilidad que se quedaran con los bienes de los nobles que protegían a los cátaros.
Así se organizó la llamada cruzada albigense, que tenía por centro de su acción a la ciudad de Albí. La jerarquía católica informó que más de 20 mil cátaros habían sido muertos y sus casas incendiadas.
Hacia el año 1244, con la quema en hogueras a los últimos resistentes en Monsegurt se consideró terminado oficialmente el fenómeno del catarismo. Sin embargo sus seguidores continuaron con sus prácticas, pero en lo que se podría llamar la clandestinidad.
Diego Acosta