Pocas cosas resultan más desastrosas para los seres humanos que la actitud de compararnos, simplemente porque lo hacemos con otros hombres y otras mujeres.
En esto se resume la cruel torpeza en la que caemos continuamente a lo largo de nuestra vida. Somos iguales ante Dios pero somos diferentes en cuanto a Sus propósitos.
Si recordáramos esta cuestión mejoraría mucho nuestra actitud personal con relación a quienes nos rodean y principalmente, con relación a nosotros mismos.
Ningún hombre puede ser modelo de otro hombre, en el mejor de los casos puede se
r una referencia, pero nunca un modelo para seguir. La razón es siempre la misma: Si somos diferentes por naturaleza, no nos podemos comparar.
Nuestro único modelo es Jesús, es nuestra única referencia en todos los aspectos que forman nuestra condición de seres humanos: Tanto en lo material como en lo espiritual.
Perseverar en la comparación nos llevará a la envidia, que nunca es sana como torpemente se suele afirmar, sino todo lo contrario, es destructora y aniquiladora de nuestras propias virtudes.
Debemos obrar con rigor y confrontar con la Palabra de Dios quienes somos, sabiendo que para cada uno de nosotros hay un propósito, que es único e imposible de comparar con ningún otro.
Isaías 40:25-26
Diego Acosta García


