Siempre se ha considerado a la tristeza como una mala consejera para tomar decisiones, porque se pueden valorar las situaciones bajo los efectos de los sentimientos.
Pero creemos que tan peligrosa a o más es la situación que se plantea a partir de los momentos de euforia, de alegría, de exaltación a los que somos tan propensos.
Esta situación se suele plantear cuando un tanto inesperadamente nos encontramos con supuestos éxitos, que vendrían a ser una recompensa por nuestros esfuerzos.
Si esto ocurre en el mundo también es posible que ocurra a quienes nos llamamos creyentes, porque lamentablemente no somos ajenos ni indiferentes ni a los éxitos ni a las emociones.
En un estado de euforia desmesurado podemos llegar a proponernos grandes metas y grandes objetivos, que finalmente proyectamos en promesas que hacemos al Señor.
Sin embargo la infinita Sabiduría de la Palabra de Dios nos advierte con rotundidad el cuidado que debemos de tener para no prometer cosas que no estemos seguros de poder cumplir.
Dios es un Dios de Pactos que siempre cumple. El Eterno ha hecho Pactos a perpetuidad con su Pueblo y por ellos somos coherederos de sus Promesas. Por esta razón, tengamos extremo cuidado con lo que le prometemos.
Eclesiastés 5:4
Diego Acosta García