En el mundo se mencionan elogiosamente las capacidades excepcionales que tienen algunas personas, para realizar las más diversas actividades, entre ellas la música.
Se convierten así estas personas en auténticos triunfadores, idolatrados y con grandes posibilidades de conseguir enormes riquezas junto con el reconocimiento.
Frente a ellos estamos quienes creemos que los talentos son preciosos regalos que el Señor nos entrega, pero con propósitos diferentes, nunca para la vana-gloria.
Son instrumentos que puestos al servicio de la Iglesia la impulsan a crecer, a proyectarse en la dirección que el Señor desea para convertirse en un verdadero centro de atención y de adoración.
La cuestión es que no siempre comprendemos que los talentos no son para nuestra satisfacción personal, sino para que sirvan con el propósito correcto.
Es el caso de las personas que reciben profecías y las guardan con el convencimiento de que vienen del Eterno, pero son incapaces de hacerlas conocer a la congregación.
Esta actitud de guardarnos las revelaciones u otra clase de talentos, nos convierte en auténticos egoístas porque disfrutamos de lo que recibimos por gracia, pero no lo damos por gracia.
Por tanto a quién el Señor le haya dado talentos, no los debe esconder, ni temer, ni avergonzarse. Debe ponerlos al servicio de la Iglesia y de quienes forman parte de ella. Es para eso que recibimos los dones!
1 Corintios 14:12
Diego Acosta García
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