Pocas cosas resultan más chocantes que cuando una persona que solo habla sí misma y no hace otra cosa que destacar sus virtudes, innumerables por cierto.
Esta dosis de vanidad puede hacer creer a quién la tiene en su corazón que es verdaderamente importante, aunque a los demás les cueste apreciar y por eso la proclaman.
El ego de algunas personas los lleva a extremos más allá de toda razonabilidad, porque entienden el mundo desde su única perspectiva y se consideran el centro de ese universo.
Quién obra de esta manera nunca podrá reparar en quienes lo rodean y las necesidades que pueden llegar a tener. Nunca considerará al necesitado como alguien útil para su reinado.
Se alimentará de su propia complacencia, de su propia suficiencia y será siempre un peligroso adversario de todos quienes no comprendan o no aceptan su superioridad.
Tendrá su corazón lleno de ira hacia quienes puedan ser superiores a él y de inmisericordia hacia quienes considere menos que él.
Así será su vida mezquina y arrogante.
Que podemos hacer frente a estas personas? Orar pidiendo al Señor misericordia para sus vidas, para que sean transformados y puedan comprender que la grandeza propia no es más que miseria humana.
2 Timoteo 3:2
Diego Acosta García