El Diario Clarín de Argentina, publicó un comentario relacionado con el matrimonio en Buenos Aires, la Capital del país. Por considerarlo de especial interés lo editamos a manera de reflexión acerca de nuestra responsabilidad como creyentes, con relación a la institución matrimonial. Oremos por el matrimonio!
El matrimonio, en el ojo del huracán
Por Ricardo Roa
En los últimos veinticinco años la cantidad de matrimonios cayó a menos de la mitad en la ciudad de Buenos Aires. Es un cambio de tendencia contundente. El matrimonio como lo conocimos toda la vida era sinónimo de casarse por civil, el ingreso normal a la vida en pareja y a los hijos. Para cada vez más está dejando de serlo.
Son los que no le encuentran un sentido práctico o le temen al casamiento tradicional, que a la ilusión le agregaba un compromiso de por vida. Pero no hay ley capaz de hacer cumplir ese deseo y ese mandato de seguir juntos hasta que la muerte nos separe. Y así, las separaciones primero y los divorcios después ocurrían de todos modos.
El cambio de época se ve por todas partes. No sólo en el retroceso de las parejas que pasan por el Registro Civil. El año pasado, los divorcios fueron casi la mitad de los casamientos y los que eligen sólo convivir se cuadriplicaron desde los 80. Un último dato: hoy, seis de cada diez chicos porteños son de padres separados.
¿Quién se acuerda de aquellos tiempos cuando un soltero que pasaba los 30 ingresaba a la categoría de solterón y a esa edad las solteras ya habían quedado para vestir santos? Eran estigmas de fracaso afectivo y soledad y hasta una carga para la familia. Ahora es de lo más normal.
La postergación de la edad matrimonial y el crecimiento de las uniones y nacimientos no matrimoniales son fenómenos similares a los de los países desarrollados y todo está asociado a la búsqueda del bienestar y de la realización personal ante todo, según dice la especialista Georgina Binstock.
El divorcio introdujo la posibilidad de poner el fin legal al matrimonio para siempre. Lo que no ha cambiado o cambió muy poco es la ley para regular las nuevas formas de convivencia, aunque la mujer esté más protegida que antes.
Una pareja sellaba el destino de los bienes de cada uno uniéndose en matrimonio, pero no pasa lo mismo con las uniones de hecho. No se forma la sociedad conyugal y las concubinas no tienen iguales derechos a las casadas. Para que eso ocurra habrá que esperar la reforma al Código Civil, hasta ahora atascada.
Sin embargo, la ley y la jurisprudencia les han reconocido ciertos beneficios como recibir la indemnización y pensión si el concubino muere o permanecer en la vivienda que compartían si hay hijos menores o la cobertura de la obra social. Pero entre los convivientes no hay bienes gananciales: se queda con ellos el que los tiene a su nombre. Los pleitos entre los concubinos suelen ser más complejos que los de los casados.
Otro caso, mucho menos conocido y usado, es el de las uniones convivenciales, que permiten acordar derechos y obligaciones bajo un esquema similar al del matrimonio. Guste o no, esto también viene empujado por un huracán de transformaciones, y en el ojo de ese huracán los protagonistas somos todos.
Fuentes: Dario Clarín – Argentina
Press SM – Diego Acosta García Corresponsal en Berlín