Un hermano publicó un dibujo en el que una persona se acerca a un mendigo y ve reflejada su propia imagen en un espejo que la persona que pedía se colocó delante.
Una idea excelente con un resultado sorprendente.
Por qué se vería reflejado en un espejo esa persona que se acercaba a ver a quién estaba pidiendo?
Es probable que esa persona estuviera en la situación de resolver si debería o no debería ayudar a ese hombre que estaba sentado en la vereda. Una situación muy parecida a la que nos hemos enfrentando muchas veces.
Escrutamos más que miramos los rostros de quienes demandan ayuda, como si pudiéramos conocer su intimidad y tratando de descubrir las razones por las que estaba pidiendo.
Tanto se ha dicho acerca de quienes han hecho de la mendicidad una forma de vivir, que estamos llenos de dudas acerca de si verdaderamente estamos frente a un profesional del pedido.
Ciertamente esta duda podría tener legitimidad en el mundo. Pero los creyentes no deberíamos tener esas dudas porque no depende de quién recibe la ayuda, sino del ánimo con la que se la entrega.
Cada vez que el Espíritu nos impulse a abrir nuestra mano, lo debemos hacer sin vacilar. La ayuda no está condicionada a nuestro juicio sino a la actitud de nuestro corazón. Así lo reclama el Señor!
1 Corintios 16:15-16
Diego Acosta García