Hace unos días asistimos abrumados al doloroso espectáculo de una madre gritando a su hijo pequeño palabras como tonto… inútil…torpe como tu padre.
La ira de la mujer iba en aumento porque el niño lejos de reaccionar se encogía cada vez más, evidentemente asustado por la reacción de su madre por haber metido un pié en un charco de agua.
Nada que sea nuevo para un niño y absolutamente nada para reaccionar de esa forma tan intempestiva. Intentamos mediar en la situación, pero el resultado fue peor todavía, porque la mujer también nos insultó.
Pensando en esto advertimos que poco hacemos los creyentes por ayudar a quienes no conocen al Señor, para llevarles una palabra de aliento, de esperanza, para sacarlos de la situación en la que se encuentran.
Tenemos la convición que si esa madre supiera el valor que tienen sus palabras, jamás las hubiera pronunciado por grande que fuera su enojo y por muchas que fueran sus razones.
Cada vez que utilizamos las palabras de esta historia, tenemos que recordar que estamos levantando sentencias sobre la vida de nuestros hijos y que por más que sean palabras más o menos habituales, siguen teniendo ese dramático valor.
Con nuestra boca podemos dar vida y con nuestra boca podemos dar muerte. Aunque suene tremendista, la Palabra de Dios nos enseña a dar el
máximo valor a cada una de nuestras palabras!
Santiago 3:10-11
Diego Acosta García
Música. Neide Ferreira
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