Recordamos el tiempo en el que realizábamos reuniones a las que llamábamos desayunos de hombres. El propósito era exponer situaciones, problemas, dudas y tratarlas entre todos.
La idea resultó excelente, hasta que inadvertidamente fue derivando en un pozo de exaltación de virtudes personales, vanidades e incluso disputas por ser los mejores.
Cuando la preocupación por este clima llegó a ser máxima, el Señor obró y con la persona más inesperada. Una mañana uno de los hermanos, habló de su ministerio y del trabajo con el que sustentó a su familia.
Cuando terminó alguien le comentó que lo que hacía en la Iglesia era demasiado poco como para llamarlo ministerio y que su trabajo, tampoco era algo como para estar muy contento.
El afectado se levantó y nos dijo: Con toda humildad me gustaría preguntarles quién puede hablar de la importancia de los ministerios. No provienen todos del Señor?
Y sobre el trabajo: No ha sido digna mi tarea durante tantos años? Tantos, que me estoy por jubilar? No he dado estudios y dignidad a mis hijos, con modestia y con esfuerzo?
Cuando aquí se habla de ministerios poderosos, quienes lo decimos: Los hombres o el Señor? Si yo no hiciera mi trabajo en la Iglesia, que pasaría los fines de semana?
Ese día todos aprendimos y comenzamos a ser más sabios y humildes en el Señor!
2 Corintios 8:15
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira