Resulta sorprendente como nos rebelamos ante lo que consideramos atentados contra lo que llamamos nuestro buen nombre y honor. Si fuera posible hasta podríamos desafiar a duelo a quienes nos afrentan.
Así es de desmesurada la reacción que tenemos cuando por distintas circunstancias, pensamos que hemos sido agredidos en algo tan valioso como la dignidad personal.
Tenemos en una alta estima nuestro honor y el nombre que nos identifica.
Tal vez sea por eso que nos preocupamos enormemente porque en cualquier actividad eclesial, buscamos tener un lugar destacado para no ser ni olvidados ni postergados.
En otras palabras: podríamos expresar que estamos bregando por nuestra gloria terrenal, por el éxito que supimos conseguir y por la notoriedad que debemos mantener.
Esto es exactamente lo que Pablo llamó la vana-gloria!
Resulta vergonzoso como olvidamos a Jesús en todas estas situaciones. No recordamos como se mantuvo en silencio ante las acusaciones y como fue agredido de hecho y de palabra.
Siempre nos quedará la alternativa de decir que se comparan cuestiones diferentes. Pero siempre que optemos por utilizar este argumento, tendremos ante nosotros el comportamiento ejemplar del Hijo de Dios.
Jesús no se quejó por los agravios, ni por ver mancillado su nombre o su cuerpo cuando fue juzgado por el Concilio de Jerusalén. Solamente exhibió su mansedumbre y su humildad.
Demostró así que la gloria no pertenece a los hombres. La Gloria solamente es del Dios Soberano!
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira