Los seres humanos tenemos una marcada tendencia a mezclar y confundir los términos, tema que se torna mucho más complejo cuando la confusión se relaciona con las cuestiones de Dios.
Es demasiado frecuente observar como los que nos llamamos hijos de Dios, nos consideramos superiores al resto de las personas, precisamente por esa circunstancia.
E incluso en algunos momentos asumimos una actitud de un cierto desdén hacia quienes no son hijos de Dios como nosotros. Tal vez sea el momento de reparar en esta situación y tratar de remediarla.
Considerarse hijos de Dios lejos de suponer un motivo de orgullo o de vanidad, supone todo lo contrario. Si realmente somos hijos, debemos tratar de dar los ejemplos que el Padre nos ha enseñado a través de su Palabra.
Sabemos perfectamente que no se nos ha otorgado el carácter de hijos, para que procedamos con soberbia, sino para que seamos mansos y humildes, como fue el Hijo durante su ministerio terrenal.
Cada vez que nos consideramos superiores por considerarnos hijos de Dios, estamos ofendiendo su Grandeza y estamos desvirtuando su infinito Amor sobre los seres de la Creación.
Reflexionemos sobre esto y sobre la diferencia que existe entre sentirnos superiores y buscar ser mejores. No para la vana-gloria, sino porque siendo mejores podremos servir mejor primero a Dios y luego al prójimo.
Nunca será tarde para cambiar nuestras actitudes. Si somos hijos de Dios debemos intentar ser mejores, pero para reflejar su Amor y su Misericordia por todos los hombres.
Filipenses 2:3-4
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira