La Palabra de Dios nos reclama con insistencia que no seamos piedra de tropiezo, para nadie. Una advertencia que en algunos casos está relacionada con cuestiones tan sencillas como la comida.
No por ser algo tan rutinario y simple como la comida tiene menos relevancia desde la perspectiva de Dios. Nada de lo que hagamos debe ser perjudicial para otras personas, mucho más si se trata de quienes llevan poco tiempo en la fe.
Muchas veces obramos desaprensivamente con situaciones que pueden resultar chocantes para quienes nos ven actuar. Basta con colocar en una mesa a la hora de cualquier comida, una copa de vino, para que se produzcan reacciones indeseadas.
Es en eso que somos advertidos para que seamos siempre juiciosos, no solo con lo que decimos, sino también con lo que hacemos.
La vida de los cristianos debe ser de un alerta constante no solo por las conductas propias, sino también por cómo podemos afectar a quienes no tienen el mismo nivel de conocimiento sobre las cuestiones de Dios.
En ese sentido siempre debemos obrar con la máxima prudencia, teniendo en cuenta cómo se pueden interpretar determinados comportamientos.
Precisamente en una cuestión tan sencilla como la comida, es donde podemos cometer el error de subestimar cualquier cosa que pueda afectar a un cristiano más débil en la fe.
Concretamente debemos de tener especial cuidado en no agradecer ningún alimento que pueda dar lugar a una situación de duda. De que valdría agradecer algo a Dios, si con ese agradecimiento estamos siendo piedra de tropiezo?
1 Corintios 10:32-33
Diego Acosta
Neide Ferreira