Los ociosos tienen su lugar en la sociedad.
Algunos porque se han quedado sin trabajo y desanimados y otros porque directamente no buscan una forma de ganarse la vida, porque no les gusta… el trabajo.
Tal vez se hayan simplificado los ejemplos, pero hay una razón: No es de estos ociosos que deseamos hablar, es de otra clase de personas, pero del mismo género.
En el fondo se trata de advertir y de advertirnos acerca de los peligros que tienen los ociosos, aquellos que sin hacer nada pretenden que otros tampoco hagan nada.
Un ocioso es el que malgasta su tiempo, el que derrocha cada minuto de su vida, en la afanosa tarea de no hacer nada.
Estos hombres y estas mujeres siempre están buscando a quienes hacer caer en si misma trampa, en esa espiral sin freno de malgastar lo único de verdad de valioso que tenemos mientras vivimos: El tiempo…
Pero más peligrosos son todavía los ociosos espirituales, aquellos que nada hacen por el Reino y son los más hacen para que otros caigan en su misma situación.
Usan y abusan de nuestra buena voluntad para atenderlos, para prestarles atención. Buenas intenciones que contrastan con las malas de ellos, que solo intentan apartarnos de nuestros propósitos.
Cuando estemos cerca de un ocioso, podemos hacer dos cosas. Una, orar por él, para que Dios transforme su vida. Y la otra, es huir de él, para que no nos atrape como el que se ahoga busca ahogar a su salvador.
Servir al Reino, es cosa de hacedores de la Palabra!
1 Tesalonicenses 5:14
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira