Las conversaciones pueden desarrollarse apaciblemente o convertirse en una auténtica disputa verbal. Puede que estemos intercambiando ideas o puede que estemos discutiendo.
Por qué llegamos a la discusión?
Esta es la pregunta que nos debemos hacer cuando luego de haber presentado nuestras ideas y escuchado las de otra persona, finalmente terminamos enfrentados a veces en agrios intercambios.
Puede ser que perdamos de vista con una relativa facilidad, que nadie es perfecto, incluyendo en esta afirmación a…nosotros mismos.
Si tuviéramos más presente esta condición de imperfectos, tal vez no llegaríamos a discutir, casi nunca.
El principio de cualquier disputa no es la mansedumbre que proclamó Jesús, sino la soberbia que está en cada uno de nosotros.
Si fuéramos verdaderamente humildes no estaríamos tan convencidos de la veracidad de nuestras afirmaciones, por el contrario, dejaríamos siempre abierta la posibilidad de estar equivocados.
Pero, como permitimos que la soberbia de la estatura que pensamos que tenemos, se imponga en todos nuestros actos, no toleramos que otra persona pueda tener razón.
En otras palabras: Nos cuesta mucho trabajo aceptar la idea de que nuestros pensamientos no sean los correctos, los que se asienten en la razón.
Cada vez que discutimos nos alejamos del Señor!
Aunque parezca una exageración esto es así porque sencillamente no estamos obrando como ÉL obraría ni estamos aceptando a la otra persona como ÉL la aceptaría.
Cada vez que vayamos a discutir tratemos de buscar el dominio propio, para controlar nuestra supuesta superioridad y transformarnos en mansos como Jesús.
Sofonías 2:3
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira