CONGREGACIÓN SÉPTIMO MILENIO

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NADIE ME SIGUE

 

Es frecuente que nos lamentemos sobre el resultado de nuestros ministerios, aunque lo queramos disfrazar con presuntos crecimientos y bendiciones.
Ese lamento que la mayoría de las veces es puramente interior, nos hace pensar que nuestros esfuerzos no son comprendidos por quienes supuestamente son los beneficiarios de nuestros afanes.
Explicado así, es evidente que todo lo que hacemos lo consideramos el producto de nuestros méritos y conocimientos personales.
Declinamos de esta manera cualquier influencia sobre la tarea ministerial, de quién es el Soberano sobre todas las cosas.
Nos centramos en lo que hacemos, en lo que podemos Y deseamos hacer y nos olvidamos que todo está sujeto a la Voluntad del Señor.
Puede que más de una vez digamos…nadie me sigue, como una referencia a la respuesta que obtenemos de nuestros talentos y nuestros afanes.
Para decirlo más claramente: Nos quejamos a veces con mucha amargura, que nadie sea capaz de interpretar que nuestro ministerio es poderoso, es inspirado y que además puede ser de gran bendición para otras personas.
De allí que nos digamos: Nadie me sigue!
Pero en este punto de nuestra supuesta crisis ministerial es conveniente reparar en todo aquello que debimos haber aprendido de la Palabra de Dios.
Somos los únicos a quién nadie ha seguido?
Somos los únicos a quién nadie haya escuchado?
Recordando solamente las respuestas a estas dos preguntas seguramente repararemos en la torpeza de nuestros reclamos.
En la torpeza de creernos que somos los únicos incomprendidos de todos quienes dedicaron o dedican sus esfuerzos a servir al prójimo.
Todos estamos sujetos a la Voluntad Soberana de Dios y por tanto todo lo que nos ocurre, es ajeno a la visión que tengamos de nuestros propios valores.
Es ajeno también al empeño que hayamos puesto en hacer notar a quienes nos rodean de lo capaces que somos y de las bendiciones que podríamos derramar sobre quienes nos sigan.
En la vida ministerial siempre deberíamos de tener el Supremo Ejemplo del Hijo del Hombre. A Él tampoco nadie lo siguió en el momento más trascendental de la historia de la humanidad.
Él cuando voluntariamente entregaría su vida para la Salvación de los hombres, tampoco nadie lo siguió. Ni siquiera aquellos que fueron sus más estrechos seguidores en su ministerio terrenal.
Jesús se quedó solo en la hora del dolor, en la hora amarga de las burlas y las afrentas, en el momento terrible de agonizar.
Donde estaban los suyos?
Lejos de Él, buscando no arriesgar más de lo que debían y tratando de acomodar su situación a los difíciles tiempos que vendrían.
La próxima vez que nos digamos: Nadie me sigue…pidamos perdón y renovemos nuestro Pacto con el Señor!

Diego Acosta – Alemania

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