Todos quienes alguna vez subimos a un bote o una embarcación de mayor tamaño, sabemos lo tranquilizador que es comprobar que tienen salvavidas. O verlos en las costas de ríos o mares.
Probablemente sea uno de los elementos más emblemáticos de ayuda que conozcamos.
A propósito de esto el Espíritu me inquietó sobre una persona con quién mantenemos una relación casi familiar, de una gran amistad.
La inquietud se produjo cuando pensaba en lo diverso que es el estilo de vida que lleva esta persona y con el que yo vivo.
Podríamos decir que somos antagónicos, en casi todo, pero sin embargo hay un lazo muy singular que mantiene viva esta curiosa amistad.
Pensé entonces cuál era ese lazo y que era lo que determinaba que esta persona pusiera un manifiesto empeño, en que fuera así.
Escuché la suave voz del Espíritu, que me advertía que ese lazo que yo no encontraba, era una especie de salvavidas, pero en lugar de ser utilizado para el agua, tenía un cometido mucho más importante.
Se trata ni más ni menos, que esta persona está buscando en la relación personal, tener un elemento para su propia vida interior.
A pesar de que niega a Dios constantemente, mostrándose lejana con todo lo relacionado con las normas establecidas por ÉL e incluso hasta teniendo prácticas contrarias a lo que es Santo.
Entonces advertí que muchos de nosotros podemos ser salvavidas, sin saberlo. Que hay personas a nuestro alrededor que sin imaginárselo, intuyen que junto a un cristiano tienen un SALVAVIDAS.
La cuestión es, cuando aceptarán esta realidad!
Isaías 45:20-22