Aunque parezca un tema de conversación, cuando no se tiene otro para salvar un difícil silencio, el paso del tiempo es dramático para uns, veloz para otros y sorprendente para casi todos los demás.
Los días primero, los meses después se van sumando en una cadena que pareciera estar moviéndose a una velocidad cada vez mayor.
Con estos argumentos hablábamos del tema un pequeño grupo de hermanos, haciendo mención a que casi para todas las personas el paso del tiempo no nos deja retener las imágenes de los días precedentes.
Alguien preguntó entonces: Y que hacemos para que los días no se nos vuelen?
Hubo sonrisas, pero también una respuesta atinada: Obrar como si cada día fuera el último, no del mundo, sino de nuestra propia vida.
El silencio que siguió a esta afirmación fue elocuente, porque todos seguramente pensamos en nuestra realidad personal.
La rapidez del paso de los meses y los años, la debemos considerar como el ejemplo necesario para darle sentido a cada minuto que se nos conceda de vida.
Depende de nosotros y de lo que hagamos, para saber si nuestro tiempo está bien empleado o mal utilizado. Cada día que pasa en vano, es algo que cuenta en nuestra contra.
El tiempo es un regalo del Eterno para los hombres, para que lo tengamos como referencia y para que lo podamos administrar con sabiduría.
Si los días se nos pasan muy de prisa, es una señal que los debemos de cuidar con la máxima atención, para que en cada uno de ellos podamos hacer Memoria de que estuvimos obrando para Dios.
Levítico 26:4
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira