Cada vez que hablamos lo hacemos con una intención, porque difícilmente hablemos sin pensar lo que decimos. O al menos eso es lo que se espera de nosotros.
Por tanto cuando hablamos seguramente estamos tratando de expresar nuestros pensamientos, nuestras ideas o nuestras emociones o sentimientos.
Distinto es cuando hablamos para expresar lo que entendemos que está bien o que está mal, lo que es bueno o lo que es malo, tratando de reflejar lo que dice la Palabra de Dios.
Pero qué ocurre cuando hablamos para halagar? Qué ocurre cuando hablamos para seducir a quién o a quienes nos escuchan? Qué ocurre cuando hablamos con segundas intenciones?
Creemos que nadie puede responder en forma negativa a estas preguntas, pues seguramente unos más y otros menos, todos hemos hablado con esos propósitos.
Seguramente nos olvidamos que Dios escucha lo que hablamos, aunque no nos dirijamos a Él, aún cuando no sea nuestra intención dirigirnos a Él con nuestras palabras.
Debemos recordar que Dios siempre nos escucha y que muchas veces habremos entristecido su corazón con nuestros dichos. Por eso antes de hablar pensemos: A quién alegramos con nuestras palabras?
Salmos 64:10
Diego Acosta García