Se cuenta que un hombre muy obstinado buscaba incesantemente una respuesta para una necesidad que tenía y que en esa búsqueda no tenía en cuenta ni al propio Dios.
Esta historia como es de suponer no tuvo un final feliz como ocurre en muchas películas. Tuvo el final que es previsible cuando ignoramos el Poder del Eterno.
Lamentablemente muchas veces cometemos estos errores tremendos, porque la influencia del mundo sobre la importancia que tenemos como hombres es tan grande, que la llegamos a creer.
Pensamos que en la exaltación del hombre está el verdadero poder para transformar las cosas y aún para cambiar el rumbo de una persona o de una sociedad.
Esta cuestión es destructora de lo que exalta porque induce a pensar que en ese elogio desmesurado hay un camino lleno de victorias, cuando en realidad de lo único que se trata es de un elogio a la locura.
Es importante que reflexionemos cuando comencemos a advertir que nuestra obstinación está superando al valor que le concedemos a todo lo que nos ha sido enseñado.
Apartarnos del Señor por creer en nuestras propias fuerzas, en nuestros talentos y en nuestra capacidad, por grandes y relevantes que sean, nos llevará inexorablemente a destruir nuestra vida y nuestro futuro eterno.
Salmos 39:6
Diego Acosta García