Cuando se tienen algunos años, muchos en opinión de algunos, recurrir a la memoria tiene su indudable trascendencia.
No para vivir del pasado ni alimentarse de momentos que pudieron ser buenos, sino para reflexionar sobre lo que verdaderamente significa ser un hombre cristiano.
Antes de convertirme era un hombre que me aferraba a mi vigor y a un innato espíritu combativo y así podía enfrentar las adversidades.
Es decir: Confiaba en mis propias fuerzas y trataba de luchar con denuedo, la mayoría de las veces cometiendo grandes errores.
Haciendo una revisión de esa parte de mi pasado, necesariamente tengo que pensar en cómo cambió mi vida cuando acepté al Señor.
Ahora comprendo cómo pueden ocurrir cosas extraordinarias o simples, como fue mi caso para encontrar una nueva vida tras el cansancio del pasado.
Es curioso pero por mucho que me esfuerce no puedo encontrar nada excepcional en la forma en que fui llevado delante de Jesús.
Lo único, sí, como ÉL uso una de mis debilidades para encaminarme a lo que sería una maravillosa oportunidad de transformar y restaurar todo lo que contaba como experiencia de vida.
Dejé de aferrarme a esa costosa forma de vivir, que no era otra que luchar y luchar, cayendo muchas veces y poniéndome en disposición de seguir repitiendo la escena.
Comprendo que ese aferrarme ha sido cambiado por la confianza que tengo en el Eterno, en sus promesas y en mi decisión de tratar de ser mínimamente fiel a todo lo que he recibido y que confío, recibiré.
Aferrase ha cambiado de significado. Antes me aferraba a un rasgo de mi naturaleza, ahora a las promesas del Señor.
Salmo 89:33
Diego Acosta / Neide Ferreira