Recordando a un amigo de tiempos pasados, intentaba encontrar la razón por la que luego de muchos años de estrecha relación, lo dejé de ver.
No fue fácil ni rápido, pues la memoria deja de retener en sus múltiples pliegues, cuestiones que pareciera deseamos olvidar más que recordar.
Poco a poco fui reconstruyendo como fue el último tiempo de la amistad y entonces vino claramente a mi mente el motivo: El nivel de mi exigencia hacia él.
Pretendía que fuera además de un buen amigo, un hombre inteligente, emprendedor, dado a buscar nuevas perspectivas.
Pero él no era así!
Era una persona aferrado a su tierra, añorando sus gentes y hasta sus olores, cuando viajaba, anhelando siempre el momento de retornar a los lugares familiares.
Esa demanda que advierto era desmedida, fue la que lentamente me fue separando de quién durante muchos años fue un buen amigo.
Confiable, generoso, de buenos pensamientos y en muchos aspectos, hasta podría decir que era ejemplar, con relación a mis comportamientos.
Pero no fui capaz de medir con sabiduría lo que demandaba de él, que tuviera muchos más puntos en común con mi forma de pensar.
No fui capaz de advertir que si él cambiaba como yo esperaba, hubiera dejado de ser la persona con la que tuve tantos buenos y malos momentos compartidos.
Aprendí que no podemos exigir de los demás, más de lo que ellos puedan dar. Aprendí a aceptar a las personas tal y como son.
Lamentablemente en ese aprendizaje, perdí un amigo, al que algunas veces añoro por su alegría y hasta por su serena sabiduría.
Solamente Jesús, será siempre el Único Perfecto!
Probervios 17:3
Diego Acosta / Neide Ferreira