En la sociedad en la que vivimos se sostienen teorías sorprendentes y otras francamente perversas porque desvirtúan la razón de ser de quienes tienen responsabilidades.
Una de esas teorías sostiene que los padres deben ser amigos de sus hijos para hacer posible una buena relación y para lograr buenos momentos en el hogar.
Esta propuesta está envuelta en muy edulcorados argumentos, tan atractivos como devastadores de lo que es el fundamento de la verdadera actitud que deben tener los padres con los hijos.
¿Por qué se propugna que seamos amigos de nuestros hijos? ¿Cuál es la verdadera intención de esta modificación de lo que siempre ha sido de otra manera?
Indudablemente que con la cuestión de que el hombre es por ser hombre lo más importante de la sociedad, que no es otra cosa que el humanismo, se lleva en la misma dirección la cuestión familiar.
Es una auténtica perversidad plantear que los padres puedan ser amigos de sus hijos, porque entonces se desvirtúa el principio de autoridad que es fundamental para la vida de los pequeños.
¿Si somos amigos de nuestros hijos, como los educaremos, como los reprenderemos, incluso como los disciplinaremos?
Los padres nunca deberán ser amigos de sus hijos, porque tienen la misión de educarlos y guiarlos, porque así ha sido establecido por el Creador como una norma básica.
Deuteronomio 11:19
Diego Acosta García