CONGREGACIÓN
SÉPTIMO MILENIO
Uno no puede ir muy lejos en el sendero de la vida sin encontrarse con tribulaciones. «Tribulación» es un término relativo que no significa lo mismo para todas las personas. Algunas de las experiencias humanas que denominamos tribulación tienen que ver con aflicciones corporales. Para otros es una gran tristeza producida por la muerte de algún ser amado. Para otros puede tomar la forma de un fracaso o de un desengaño. Puede que la tribulación se manifieste por la falta de trabajo y la inseguridad que esto produce.
Algunas personas piensan que la mejor manera de enfrentar las tribulaciones, es sonreír: «¡¡Sonría!!», se nos dice a veces cuando no reímos ante una situación adversa.
Esa filosofía es buena hasta donde es aplicable; pero ¡cuán inadecuado resulta reírse de las tribulaciones cuando tenemos que enfrentarlas en la cruda realidad. Pienso que el Gozo del Señor, que es nuestra fuerza, no consiste en reír, sino que es la condición, el estado de paz interior, que se produce al creer y entender, por Su Gracia, que «Todas las cosas ayudan a bien a los que aman a Dios, a los que conforme a sus propósitos son llamados», por lo que se puede llorar y tener el Gozo del Señor.
Lo importante no es qué tipo de tribulación nos ha venido, sino qué actitud hemos tomado en este caso. La autocompasión, el resentimiento, la queja y el reproche a Dios, no son buenos compañeros de viaje en este Camino de Vida.
¡A veces reaccionamos de esta manera ante el dolor y la tribulación!
Dios nos capacita para vencer en nuestras tribulaciones, si dejamos que Él cumpla sus planes en nosotros.
El propósito de Dios para nosotros es transformar las tribulaciones en triunfos, de la misma manera que la ostra herida por el grano de arena sufre el largo proceso de envolver el lugar afectado con una sustancia gomosa, hasta producir una perla de gran valor, nuestro sufrimiento puede ser transformado en una bendición.
No es tanto el poder reír ante la tribulación, sino sufrir rodeando, como la ostra, nuestra tribulación con agradecimiento a Dios, con alabanza, con adoración, con honra, dándole la Gloria y esto puede hacerse sufriendo y llorando como hizo aquella mujer, en casa de Simón, que con sus lágrimas regaba los pies del Señor Jesús.
Así podremos transformar nuestras tribulaciones en triunfos. En esa actitud podrá ocurrir que Dios transforme nuestro lamento en baile y nuestro lloro en regocijo.
2ª Corintios 4:16-18
16 Por tanto, no desmayamos; antes aunque este nuestro hombre exterior se va desgastando, el interior no obstante se renueva de día en día.
17 Porque esta leve tribulación momentánea produce en nosotros un cada vez más excelente y eterno peso de gloria;
18 no mirando nosotros las cosas que se ven, sino las que no se ven; pues las cosas que se ven son temporales, pero las que no se ven son eternas
Pr. José Gilabert