En un puerto nos llamó la atención que todas las banderas de los barcos amarrados estaban flácidas, caídas, recogidas junto sus mástiles porque no corría ni la menor brisa.
El espectáculo fue bastante sorprendente porque siempre nos imaginamos las banderas agitadas por el viento, incluso hasta produciendo un ruido característico.
Nos imaginamos que muchas veces nuestra vida puede asemejarse a las banderas quietas, flácidas, sin mostrar sus colores ni la identidad que representan.
No es así nuestra vida cuando no sopla el viento del Espíritu? Nos parecemos mucho a las banderas que simplemente están sin cumplir la función para las que fueron colocadas.
O acaso estamos viviendo para no mostrar que somos creyentes? Si el viento del Espíritu no sopla en nuestro interior, difícilmente podremos cumplir con nuestra misión.
Pensando en las banderas caídas debemos orar para que nuevamente el impulso del Espíritu nos ayude a identificarnos, para que otros puedan ver las señales de su obra en nuestra vida.
El viento del Espíritu puede hacer ondear nuestra bandera o arrastrar las hojas secas que se nos van acumulando de tanto estar quietos, cuando estamos sin servir.
Cuando llegue esa calma no deseada porque el viento del Espíritu ha dejado de soplar, es el momento en el que tenemos que orar, que clamar para que su brisa bien hechora nos permita recuperar lo que somos.
Nehemías 9:20
Diego Acosta García
Música: Neide Ferreira