Tal vez la mayor acción que podemos hacer los hombres es abrir nuestra boca o sentir en nuestro corazón la voluntad de bendecir… o de maldecir.
De allí la tremenda importancia que se concede a estas dos acciones en la Palabra de Dios, porque son determinantes de grandes cambios en el ámbito espiritual.
En el mundo se concede una especial importancia a la maldición, tal vez no porque se perciba su verdadero significado, sino porque existe una vaga idea de todo lo que puede provocar.
De allí que tanto bendecir como maldecir formen parte de todo lo que somos y de todo lo que hacemos, porque nada permanecerá inmutable luego de que hayamos pronunciado una u otra palabra.
La maldición es una carga de una magnitud inimaginable que establecemos sobre otra persona, pero esa misma carga se vuelve hacia nosotros con el mismo peso y la misma importancia.
Por esto es que se nos advierte acerca de la bendición. Cada vez que bendigamos a alguien, el Señor sabe lo que hay en nuestro corazón y si es genuina esa bendición nos bendice.
Tal vez así se pueda explicar lo difícil que es amar a un enemigo, a alguien que nos hace daño, a alguien con quién rivalizamos. Cuando bendecimos establecemos algo tan grande sobre la otra persona, que nos alcanza a nosotros.
Proverbios 3:33
Diego Acosta García