Es casi una verdad de Perogrullo, que bendecir es lo opuesto de maldecir!
Sabiendo esto, muchas veces me he sorprendido con la pregunta: Por qué me resulta más fácil y más habitual maldecir que bendecir?
La respuesta es casi siempre la misma: Porque maldecir es un sentimiento casi primitivo que albergo en el corazón.
Para decirlo de otra manera: Porque maldecir es algo que llevo en lo más profundo de mi corazón y es la reacción más elemental que me provoca, cualquier cosa que me afecte y que haya sido motivada por una persona.
Tiene algún sentido esta situación?
Ninguno!
Pero es otra evidencia de la lucha interminable entre lo bueno y lo malo, de lo que está bien y de lo que está mal, de lo que deberíamos hacer y de lo que no deberíamos hacer.
Es el eterno debate que se produce en nuestro interior, cuando nos enfrentamos a situaciones límites, en el que debemos tomar una decisión. Y generalmente optamos por aquello que está en lo más recóndito de nuestro interior.
Tal vez por eso es que me cuesta tanto bendecir. Porque me olvido que de la misma manera que cuando maldigo se desatan fuerzas poderosas contra una determinada persona, cuando bendigo…ocurre lo mismo.
Esta reflexión viene a mí, porque he bendecido a una persona y tengo la convicción que ha recibido la bendición de una manera que lo ha dejado sorprendido.
Ese es el Poder de la Bendición!
No porque provenga de mí, específicamente. Sino porque es la fuerza Poderosa del Dios Eterno obrando sobre la vida de alguien.
Bendigamos! Sin miedos y con generosidad!
Génesis 1:26-28
Diego Acosta / Neide Ferreira