Una mujer viviendo literalmente de la caridad y luchando contra el frío por la generosidad de una sucursal bancaria que le permite vivir en su zona de cajeros que tiene calefacción, nos dio una gran lección.
Esta mujer lleva sus difíciles circunstancias personales con una gran dignidad sin apelar a la compasión de las personas que la rodean ni a otras fáciles soluciones.
A pesar de su extrema pobreza y de sus humildes ropas, se la aprecia limpia y con una actitud de firmeza para superar este tiempo de gran desventura, agravado por el frío extremo en la ciudad en la que vivimos.
Tuvimos la libertad de llevarle una pequeña merienda y ella lo agradeció con una simpleza y una sonrisa conmovedora, sin caer ni en los agradecimientos forzados ni en la apatía de quién recibe como haciendo un favor.
Lo más importante fue la despedida. Con su agradecimiento nos dijo: Que Dios los bendiga! Y verdaderamente percibimos que esa bendición obraba sobre nuestras vidas.
Esa bendición fue un renuevo para nuestra fe porque nos hizo valorar el sentido que tiene cuando abrimos nuestra boca para bendecir o cuando la abrimos para todo lo contrario.
La palabra de bendición debe surgir de nuestro corazón no con una actitud pomposa o de superioridad, sino como un acto de amor y misericordia. Tal y como nos bendice el Señor cada día.
Proverbios 10:22
Diego Acosta García