El instrumento en forma de cruz, que adquirió el carácter de símbolo para los cristianos, fue probablemente un invento de los persas, los actuales iraníes.
Era utilizado como un verdadero tormento para los ajusticiados y se lo consideraba tan humillante que los romanos, que lo aplicaban en sus condenas, no lo utilizaban entre sus pares.
Cuando Jesús amonestó a Pedro por ser piedra de tropiezo, por pensar solamente en las cosas de los hombres, pronunció un mandato: Para seguirlo deberíamos tomar nuestra propia cruz.
Qué significado tiene esta afirmación?
La debemos tomar literalmente?
Debemos tener una cruz de madera para seguirlo?
O representa una expresión de un alto contenido espiritual?
Seguramente la interpretación correcta es la última, la que supone una simbología muy especial, para indicarnos que la cruz en la que ÉL murió tuvo una condición singular.
No es solo por lo puramente material, que supuso una muerte cruel y dolorosa, sino porque fue una manera de ejecutar SU sacrificio supremo por la grandiosa causa de la Salvación de los hombres.
Si la interpretamos en ese sentido la cruz representa un símbolo de renuncia, de entrega, de vocación de servir al prójimo y a los demás hasta sus últimas consecuencias.
Y que mayor consecuencia para un ser humano, como era ÉL siendo Dios, que entregar su propia vida?
Desde entonces ya no fue necesario ofrecer sacrificios sangre por la expiación de los pecados, porque fue la Expiación Final, la última que se ofreció al Padre por las iniquidades y los fallos de los humanos.
Por eso para seguir a Jesús debemos cargar con nuestra propia cruz. Y cuál es la cruz con la que lo seguiremos?
Sencillamente la personal, la que significa una cuestión que probablemente solamente nosotros sepamos qué es y que arrastramos en nuestro interior cada día.
Esa es nuestra cruz, la que llevamos callada y sufridamente cada día y con la que debemos de seguir al Hijo del Hombre.
Sin lamentos, quejas ni victimismo, como ÉL hizo. Esta es la única manera de seguirlo, en Espíritu y con Verdad, para entregarnos por completo al cumplimiento del Mandato de servirlo y de servir a los demás.
Diego Acosta