Cuando oramos establecemos una relación singular con Dios porque estamos reconociendo su Grandeza y porque nos declaramos hijos suyos en la armonía del Padre con su familia.
Ocurre que en algunas ocasiones nos encontramos con situaciones de tal gravedad, de tan profunda dificultad que cambiamos nuestra relación con el Eterno.
Avanzamos en la búsqueda de comunión y además de orar, levantamos un clamor para que nos escuche, para que preste oídos a nuestras necesidades, a aquellas cosas que nos están afligiendo.
Con ese clamor estamos reconociendo su Soberanía sobre todas las cosas, sobre cada uno de los momentos de nuestras vidas y entonces y solo entonces estamos permitiendo que Él obre.
Es notable lo que ocurre cuando pasamos de la oración al clamor. Abandonamos nuestras posturas de soberbia, de vanidad, de poderlo todo, para pasar a la humildad del pedido profundo, sincero.
Es también el momento en el que nos abandonamos de verdad a la realidad de la Soberanía del Señor y comenzamos a comprender que la Verdad de la Palabra se concreta en cada hecho que nos ocurre.
Por eso no tengamos ni miedo ni vergüenza por levantar un clamor al Dios de nuestra fe. No dudemos que Él cumplirá con su declaración y no nos abandonará nunca. Y muchísimo menos cuando clamemos por su ayuda.
2 Samuel 22:7
Diego Acosta García