FANTASÍAS
Cuando éramos niños dejábamos que nuestras mentes nos llevaran por lugares de asombro, con personajes no menos notables, que en la mayoría de los casos éramos nosotros mismos.
En estos tiempos nos puede llamar la atención la fertilidad de nuestra imaginación, que distaba mucho de la sencilla realidad de nuestras vidas.
Un castillo tal vez fuera un pequeño montoncito de arena y un caballo algo más que un palo de escoba, pedido a nuestras madres para poder jugar.
Tal vez para aproximarnos a esos momentos, nos baste pensar cuando asistimos a una película, donde lo primero que consideramos necesario es que se oscurezca la sala, para entonces podernos adentrar en la fantasía que estamos dispuestos a ver.
Los niños no precisábamos de la oscuridad, pero sí precisábamos que nada afectara a nuestros juegos, nada que no fuera la fantasía total en la que nos sumergíamos.
Algunos éramos héroes y otros villanos, algunos éramos príncipes y otras princesas, algunos éramos buenos y otros malos.
Si recordamos tanto los juegos infantiles como esa necesidad de oscuridad para poder ver una historia a la que llamamos película, tal vez podamos comprender algunas cosas de nuestra vida.
Si fantaseamos sobre nuestra realidad cotidiana y nos imaginamos situaciones diferentes a las que vivimos, es porque hay algo que está mal.
Probablemente sea porque nuestro día a día nos disguste, porque nuestros sueños se confrontan duramente con lo que nos toca enfrentar cada mañana.
Si esto fuera así, deberíamos profundizar más todavía en nuestro interior para tratar de establecer en qué momento se produce esa ruptura, entre lo que nos gustaría ser y lo que somos.
Es entonces cuando debemos recordar nuestra condición de cristianos, de hombres y mujeres que fuimos elegidos como sus hijos por el propio Dios.
Si nuestra vida no es la que nos gustaría que fuera, estaríamos contradiciendo a quién nos ha elegido, al Eterno que es Soberano sobre todas las cosas.
Y evidentemente nos estamos olvidando de algo fundamental: Por mucho que nuestra imaginación cree fantasías, serán todas buenas, según nuestra medida. Pero serán mucho menores que lo que Dios ha dispuesto para nosotros.
La explicación para esto es tan sencilla como concluyente: Lo que es bueno para nosotros, es escaso para Dios. Lo que es bueno para nosotros, es una muestra de nuestra pequeñez frente a la Grandiosidad del Eterno.
Si fuéramos capaces de entender estos conceptos, seremos capaces de entender que lo que es bueno para Dios es lo mejor para nosotros.
Que no hay nada que podamos imaginar que sea mejor que lo que Dios ha dispuesto para nuestras vidas. Que su Plan siempre será infinitamente mejor que el mayor de los nuestros.
Por esta razón seamos sabios y tratemos de entender cuál es el Propósito que Dios tiene para nosotros. Y aunque no lo lleguemos a percibir en toda su magnitud, la obediencia nos hará vivir con alegría.
Esto es lo que se nos enseña en el Libro de Proverbios Capítulo 3 versículo 1.
No lo olvidemos!
Diego Acosta