CONTAGIANDO CON EL EJEMPLO
Apacentad la grey de Dios que está entre vosotros… no como teniendo señorío sobre los que están a vuestro cuidado, sino siendo ejemplos de la grey. 1 Pedro 5.2–3
Entre los problemas que más frecuentemente anulan el ministerio del pastor está la tendencia a confundir la responsabilidad pastoral con un llamado a adueñarse de la vida de los miembros del cuerpo de Cristo. Probablemente esta postura sea la que más ha contribuido a frenar los proyectos del reino y a dañar profundamente la vida espiritual de los hijos de Dios.
El pasaje de hoy contiene un llamado a apacentar la grey de Dios. La palabra «apacentar» comunica el concepto de bondad, ternura y tranquilidad. Quien ha tenido la oportunidad de observar a un pastor de ovejas habrá notado que, de todos los trabajos que involucran el cuidado de animales, este es el que requiere mayor mansedumbre y sosiego. La oveja es un animal indefenso que fácilmente se mete en problemas. El buen pastor la conduce con un espíritu apacible y contagia al animal su propio comportamiento lento y pausado. Los movimientos violentos y agresivos tienden a espantar al rebaño.
A modo de aclaración, el apóstol Pedro específicamente instruye a los ancianos a que no se enseñoreen de la grey. El diccionario define el término “enseñorear” como «controlar, subyugar, ejercer dominio, imponerse». Estas definiciones revelan un agresivo espíritu de competencia que busca una posición de supremacía sobre los demás; viene acompañado del mensaje implícito de que el pastor merece esa posición de superioridad por ser mejor que los demás, ya sea por su rol, por sus dones o por su llamado.
En la práctica, esta actitud produce comunidades llenas de tensiones, en las que la palabra del pastor no puede ser cuestionada porque tiene mayor autoridad que los demás. El pastor tiene derecho a decidir por los demás, sin darles la oportunidad a que piensen o participen en el proceso. Puede imponer cambios en la comunidad sin consultar a nadie, simplemente por ser el pastor. Todas las decisiones que los demás quieran tomar deben ser autorizadas por su persona. Nadie puede avanzar en un proyecto si él no ha dado su «visto bueno».
Usted ya se habrá dado cuenta que esta situación tiene matices bastante enfermizos. No obstante, es muy triste ver la cantidad de comunidades que funcionan con estos parámetros. Pedro ofrece una alternativa a este modelo: que el pastor/anciano sea de ejemplo. En este enfoque el énfasis está en la vida del líder. Lo llama a estar más preocupado por su propia conducta que por vigilar si los demás lo obedecen o toman en cuenta. La razón es sencilla: el factor que más afecta el proceso de transformación en los demás es el impacto de una vida ajuste a lo que cree y predica. El pastor no debe obligar a los demás, sino que, con su propia devoción, debe influenciarlos para ser como Cristo. ¡Qué tremendo desafío! Pero bien vale la pena invertir en este estilo de liderazgo.
Pr. José Gilabert