En el momento en que advertimos que algo no está bien en nuestro cuerpo, acudimos sin demora a la consulta médica, para aliviar nuestro dolor.
Del mismo modo cuando tenemos la receta para los medicamentos que nos sanarán, con suma presteza tratamos de comprarlos y por supuesto, por comenzar a seguir el tratamiento.
Con relación a nuestro cuerpo somos, genéricamente, más que eficaces. Nos cuidamos y hacemos bien en hacerlo.
Cumplimos con la mayordomía con relación a nuestro físico con diligencia, acuciados por el dolor y por qué no decirlo también, por el miedo.
Somos igual de diligentes con nuestra vida interior?
Sabiendo como sabemos quién es nuestro Sanador, cuando lo consultamos?
Cuando tenemos necesidad o cuando disponemos de tiempo?
Para ir al médico postergamos toda clase de compromisos. Para tener contacto con el Sanador, lo pensamos bien, para no entorpecer nuestra vida diaria o no afectar aquello que debemos hacer.
Complejos comportamientos los de los seres humanos, porque nos preocupamos de nuestro cuerpo, que un día abandonaremos y descuidamos nuestro espíritu, que vivirá para siempre.
Reflexionar sobre estas cuestiones nos colocará cara a cara frente a una realidad que tratamos de evitar, porque no es lo mismo acudir a la consulta médica que tener un contacto personal con el Sanador.
Siempre estamos a tiempo de cambiar de actitud. Acudamos al médico para cuidar nuestro cuerpo. Pero dediquemos todo el tiempo que haga falta, para cuidar nuestro Espíritu.
Un día, antes o después, comprenderemos que lo único valioso que tenemos es el Espíritu, que nos llevará o nos alejará de Dios.
Salmo 23:4
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira