A veces los seres humanos tenemos comportamientos tan sorprendentes, que escapan a lo que podría considerarse como normal o más o menos normal.
Uno de ellos es el intento de detener…el tiempo.
Tal vez mirando alguna fotografía o pensando en un momento del pasado, nos lamentamos de no tener la capacidad de quedarnos en ese instante en el que seguramente estábamos muy contentos.
Ese afán por detener el tiempo también lo podemos relacionar con alguna etapa de nuestra vida, en la que consideramos que estábamos haciendo lo que nos placía y con resultados que nos eran muy gratos.
Para explicarlo en otras palabras: Pretendemos detener el tiempo en donde nuestras emociones estaban atravesando una etapa a la que recordamos con cariño.
Pero y el presente?
Esta es la cuestión de desear detener el tiempo. Cuando lo deseamos tanto, dejamos de vivir el presente y quedamos como anclados en una parte de nuestro pasado.
Reflexionando sobre esta situación, deberíamos concluir que con esta actitud nos estamos alejando no solo del presente, sino que estamos desafiando el tiempo y los mandatos de Dios.
Se nos manda que vivamos cada día con la certeza de que tendremos sobre nosotros la Misericordia infinita del Eterno. Nos recuerda Jesús, que cada día tiene su propio mal.
Es decir recibimos el mandato indeclinable de afrontar lo que debemos vivir cada día. No tenemos atribuciones ni poder para intentar detener el tiempo.
Además, si vivimos anclados en el pasado, nos perdemos la maravillosa promesa sobre nuestro futuro!
Jeremías 29:11
Diego Acosta
Música: Neide Ferreira