Los hombres tenemos una innata capacidad para engañar y para engañarnos a nosotros mismos.
Una de las formas del engaño es utilizar el diminutivo para aludir a cosas que sabemos que están erradas, pero que debemos justificar.
Uno de los métodos que empleamos es el de los diminutivos. De esta forma transformamos algo concreto en algo que no lo parece tanto.
Una mentira, se convierte en una mentirita…
Un pecado, en un pecadito…
Un insulto, en un insultito…
Fácilmente nos podemos imaginar que la lista puede resultar tan larga, como lo sea nuestra imaginación para crear esta clase de argumentos. Pero, sabemos de manera categórica, que:
Una mentirita, siempre será una mentira!
Un pecadito, siempre será un pecado!
Un insultito, siempre será un insulto!
Esta forma de pretender alterar las cuestiones fundamentales nos puede llevar a alterar nuestra visión de los hechos concretos.
En esto pensaba a propósito de mi propia vida y de cómo más frecuentemente de lo que me imaginaba, siempre trato de justificar mis errores y mis fallos.
Lo que es algo que está en contra de lo establecido por Dios, lo convierto en algo menos relevante, mediante argucias que no engañan a nadie y menos a ÉL.
Esta peligrosa forma de comportarme me coloca frente al Supremo, pensando que todos mis hechos serán juzgados.
No habrá forma de evadir ninguna responsabilidad!
Lo que hice mal, estará mal!
Ningún pretexto me será aceptado y la Misericordia del Eterno no se extenderá para justificar ninguno de mis pecados.
Por esta razón entiendo que es un grave llamado de atención, evitar el uso de diminutivos…Muchos menos, para disimular mis faltas!
2 Samuel 24:10
Diego Acosta / Neide Ferreira