En cualquier situación imaginable y en cualquier lugar, estamos prestos para levantar nuestro dedo acusador como si fuéramos los dueños de la verdad absoluta.
El dedo acusador lo levantamos tanto si tenemos razón como si no la tenemos y lo más sorprendente de esta actitud, es que nos empeñamos en acusar mucho más cuando en realidad somos los culpables.
Podemos repasar distintos hechos en los que hemos visto o nos hemos visto, tratando de descargar nuestra responsabilidad sobre otras personas en un intento de desligarnos de cualquier cargo.
Este es precisamente el fondo del problema espiritual: tratamos de eludir la carga de nuestro proceder, buscando siempre a alguien a quién podamos culpar de nuestras faltas.
Es así como podemos llegar a manipular situaciones, tergiversar los hechos buscando siempre el objetivo de que no se nos impute nada que nos pueda afectar.
Estamos pues ante una verdadera crisis de nuestra realidad de ser creyentes y comportarnos como cualquier persona del mundo se puede comportar en idénticas situaciones.
Nunca podremos ser perdonados por nuestros errores si no los asumimos como propios, confrontando cualquier situación con la Verdad establecida en la Palabra de Dios.
Salmos 32:2
Diego Acosta García