Cuando éramos niños se nos decía que un avaro era simplemente un señor codicioso que pretendía más de lo que en realidad debería de tener y se nos enseñaba que ese concepto de la vida estaba equivocado.
Solamente cuando llegamos a determinadas edades comenzamos a comprender el verdadero sentido de la avaricia y de lo que representa en la vida de las personas.
No basta con definir el término de que un avaro es que desea tener riquezas excesivas o ama el poder de una manera desaforada, no es suficiente esta precisión idiomática.
Si entramos a analizar la avaricia podremos apreciar cómo va transformando el carácter, la mentalidad e incluso la conducta de las personas.
El avaro cae en las miserias más profundas con tal de conseguir sus propósitos, se convierte en un mezquino, en un mentiroso, en un ambicioso que todo lo justifica con tal de lograr sus objetivos de dinero y poder.
Sin embargo el avaro no sabe que todo lo que ambiciona no tiene ningún valor, porque lo que le llevó una vida conseguir lo puede perder en un minuto y entonces comprenderá la magnitud de su error.
Debemos aceptar con sabiduría lo que tenemos, sin compararnos ni establecer juicios sobre nuestra realidad y la realidad de los demás. Solamente así seremos verdaderamente humildes como el Señor.
Salmos 119:36
Diego Acosta García