Se nos demanda que seamos hacedores de la Palabra y esto supone que debemos ser fieles ejecutores de lo que se nos enseña y de los propósitos que Dios ha determinado para nuestras vidas.
De esa visión pasamos a otra más directa, tal vez más personal, en la que vamos transformando el concepto de hacedores de la Palabra al hacedores de cosas.
Cuando damos ese salto, que no es necesariamente un salto de calidad, vamos dejando de lado lo relacionado con la Palabra de Dios y entramos en un ritmo frenético.
Pasamos a ser verdaderas máquinas de hacer cosas, invirtiendo nuestro tiempo, nuestros esfuerzos y también modificando la relación con nuestra propia familia, a la que vamos abandonando poco a poco.
Por qué dejamos que esta condición de hacedores nos afecte tanto? Tal vez porque hemos caído en la trampa de los resultados y los buscamos ansiosamente, con verdadero afán.
Cuando sumamos a nuestra condición de hacedores el afán por los resultados, entonces estamos completando un peligroso panorama que nos puede afectar muy seriamente.
No solo hemos abandonado las responsabilidades relacionadas con nuestra familia, sino que al hacernos devotos de los principios de los hacedores, hemos perdido la verdadera perspectiva de nuestra condición de creyentes.
No se nos demanda sacrificios personales, ni que seamos hacedores de cosas, se nos demanda que seamos esforzados amantes de su Palabra, que es una cuestión completamente diferente. Así daremos buenos frutos.
Salmos 40:8
Diego Acosta García