Es posible que si se nos preguntara en forma directa si tenemos enemigos, diríamos que no. En todo caso tendríamos personas con las que tenemos grandes diferencias. Pero enemigos nunca.
Sin embargo esta cuestión tiene matices diferentes cuando la analizamos desde la perspectiva de nuestros sentimientos hacia algunas personas.
Cuando alguien hace algo que no nos agrada hasta llegar a aquellos que nos ofenden, siempre reaccionamos de la peor manera posible y se levanta en nuestro interior un sentimiento de hostilidad.
No es que estemos declarando enemigo a la otra persona, pero sí la estamos haciendo víctima de nuestro enojo, de nuestro enfado, de nuestra ira.
Deberíamos advertir que ese es el primer peldaño por la escalera por la que su asciende hacia la enemistad más profunda. Si no somos capaces de cortar esa actitud, crecerá en nosotros de manera irrefrenable.
Jesús nos advirtió de ello y por eso nos mandó amar a los enemigos. Porque amar a los amados es muy fácil, pero en cambio bendecir a quienes pueden ser o son nuestros enemigos es extremadamente difícil.
Seamos sabios al escudriñar lo que pasa en nuestro interior en determinados momentos. No permitamos que las reacciones humanas nos lleven a cumplir el mandamiento Divino de amar al enemigo!
Mateo 5:44
Diego Acosta García